Todo empezó con la difusión en Internet de un conjunto de aforismos que llevaban algún tiempo circulando en ambientes alternativos. Nadie sabe a ciencia cierta de dónde provienen. La explicación universalmente aceptada pero no tan universalmente creíble es que su autor, Konshe Joshvendo, los entregó al salir del país a un desconocido funcionario de aduanas de una remota frontera del país. Un paralelismo demasiado notorio con la leyenda de Lao Tsé, según la cual, éste entregó los poemas que forman el Tao Te King, el libro fundacional del taoísmo, a otro funcionario de adunas del imperio chino cuando, cansado de las intrigas de la sociedad, se alejaba del país montado en un buey. Aquello sucedió aproximadamente en el siglo VI antes de Cristo. De Lao Tsé nada más se supo, pero su legado dio lugar a esa extraña mezcla entre filosofía y religión que es el taoísmo.
De Konshe Joshvendo sabemos algunas cosas más. No su verdadero nombre, ya que tuvo muchos a lo largo de su vida y quienes le conocieron -o creían conocerle- no se ponen de acuerdo en cómo se llamaba. Su apodo viene de su agudeza a la hora de dar al prójimo consejos que no sabía aplicar para sí. Y, curiosamente, la parte emergida de la experiencia vital de este hombre de contradictoria vida se ha convertido en un modelo de búsqueda del sentido basado precisamente en la vivencia de la contradicción y la incoherencia.
Es muy probable que Konshe Joshvendo existiera, incluso que aún viva. En otras entradas se explicarán con más detalle las causas de su popularidad.
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